sábado, 27 de junio de 2009

Pidiendo permiso al Sr. Rorschach

Por Guillermo Sánchez

En las escuelas de psicología que he conocido, incluyendo en la que estudie y en las que he impartido clases, uno se encuentra siempre con docentes convencidos de que la aplicación de ciertos instrumentos psicométricos o proyectivos les permitirá obtener un diagnóstico certero de los aplicantes; creen que el secreto para llegar de manera más precisa a estos indicadores radica en incrementar la práctica y ganar así la experiencia que se requiere para ello. Incluso uno llega a percibir que hay quienes defienden a ultranza el grado de cientificidad de estos instrumentos y que a dicha práctica de evaluación pretenden elevarla casi a la categoría de arte.

A la pregunta obligada de ¿qué van a hacer después con ese diagnóstico?, estos mismos maestros rara vez atinan una respuesta convincente; desde su óptica, ellos son todos unos expertos en decir qué cosa le pasa o padece tal o cual persona, aunque, posteriormente eso no les dé una ruta o estrategia terapéutica, la mayor parte de las veces ese no es su objetivo, lo suyo es conocer por conocer.

Acepto que las instituciones que imparten justicia, las de salud mental, algunas educativas y también muchas empresas otorgan a esos resultados y a las interpretaciones de estos estudios y/o diagnósticos emitidos validez para tomar decisiones respecto de las personas así evaluadas, es para todas ellas algo constante en que apoyar sus decisiones.

Pero hacer extensiva está práctica diagnóstica a la psicoterapia como un requisito infaltable para planear la misma creo que es una exageración.

A la pregunta ¿En qué va a cambiar tu manera de hacer terapia lo que te digan las mil y una manchas de un examen? Los entusiastas de los tests por lo regular contestan siempre con algo evasivo, me atrevería a decir que la mayor parte de las veces sus respuestas son confusas y denotan una falta de claridad.

Cabe también resaltar aunque sea de paso otra actividad igualmente sobrevalorada y conocida como “Devolución de resultados”; de la misma manera que en el psicodiagnóstico, este reporte interpretativo que se le da a los padres o a los que solicitan estos estudios llega a parecer que es un fin en si mismo más que un simple despliegue de habilidades para decirle a alguien algo de otro. Algo que por lo general en el caso de un paciente o a la madre de un paciente no le interesa mas que como una parte de un todo, como lo que está previo a una solución. ¿Qué se va a hacer? Valdría la pena preguntarse hasta dónde ese psicodiagnóstico agrega un valor al tratamiento del sufrimiento de ese paciente.

Por el contrario me he llevado cada desagradable sorpresas cuando he recibido casos como el de una madre que me decía: “El doctor fulano me dijo que yo tengo la culpa del amaneramiento de mi hijo porque he sido una mala madre, una madre castrante, dice que eso dice el dibujo que de mi elaboró mi hijo. “¿Dígame qué hice mal?”

Pues bien estos especialistas del mundo de las pruebas nunca se preguntan si acaso existe otra forma de hacer un diagnóstico, o desde qué otra forma y lugar se puede realizar el mismo, y peor aún si hay alguna consecuencia de este acto o de su famosa devolución de resultados.

Repito que entiendo la necesidad de algunos en hacerse pasar por científicos del comportamiento humano y por ofrecer herramientas “reconocidas a nivel mundial” pero sobretodo son los mismos que repiten con aire de sabiduría y a la vez como una forma de toma de distancia y responsabilidad: “estos estudios seguramente arrojarían los mismos resultados si se los aplicaran en cualquier lugar del mundo” ¿Y? En definitiva llego a la conclusión de que a la práctica psicoanalítica la separa una gran distancia de las diversas terapias psicológicas que basan su éxito en este inicio diagnóstico.

Hace unos días acudí a una entrevista informativa acerca de una propuesta de formación para terapeutas de niños y adolescentes. Esa propuesta hecha por un organismo gubernamental es a nivel de maestría y me aseguraban que tiene el reconocimiento necesario para que los egresados sean aceptados por otras instancias educativas o de atención de pacientes, en pocas palabras los que se sometieran a ese programa de preparación tendrían asegurado un lugar como terapeutas reconocidos en la comunidad.

La entrevista la realice como alguien interesado en conocer más detalles de dicho programa. El primer paso o requisito a cubrir me indicó la persona que me atendió era que el interesado debe dedicarse de tiempo completo a la maestría la cual consta de seminarios teóricos, prácticas y algunos otros requisitos; eso se traduce en al menos ocho horas al día durante seis semestres; aunque podrían contemplarse otras modalidades de medio tiempo siempre y cuando el candidato cubriera los demás requisitos en su práctica privada.

Mi primera impresión era que este proyecto no es otra cosa que una forma de asegurarse personal por parte de esa institución para que los 12 “residentes” presten, mediante sus prácticas, la atención a los niños y jóvenes que acuden a dicho centro oficial.

Como decía, el programa cuenta con una serie de materias teóricas y un programa de prácticas tanto en la cámara de Gesell como bajo la supervisión de manera directa de parte de un “profesional” con amplia experiencia.

Los otros requisitos del programa son que durante el tiempo que dure la maestría el residente debe acudir a terapia con un analista propuesto por la misma institución, porque según sus propias palabras: “Tenemos una orientación psicoanalítica muy fuerte”, inmediatamente me vino a la memoria un recuerdo de hace más de veinte años en el D.F. donde en el Círculo Psicoanalítico Mexicano como requisito de admisión era obligatorio entrar a partir del tercer semestre a psicoanálisis con un analista de una lista que la institución igual proporcionaba.

Decía la entrevistadora: “Debe ser por fuerza un nuevo análisis”, de nada servía si uno contara en su historia personal con algunos años de análisis o incluso con dos procesos analíticos en momentos diferentes de la vida. “El trabajo con niños despierta otras emociones” aseguraba reforzando el requisito.

Dentro del programa teórico había materias tales como teoría de la entrevista, psicopatología, psicodiagnóstico, terapia breve y otras más, pero sobretodo llamaba la atención el “altar” levantado al Sr. Rorschach, requisito ineludible para poder realizar los acertados psicodiagnósticos que los casos ameritaban.

A estas alturas me imaginaba a Freud pidiéndole permiso al Dr. Herman Rorschach para atender a “Juanito” o para mayor precisión esperando que las famosas manchas proyectivas vieran la luz allá por 1920 para pedirle al padre del menor que le aplicara tan afamado test y realizará un diagnóstico.

No cabe duda que el mundo de la atención al sufrimiento psíquico en nuestro país sigue estando al revés y en manos muy certificadas pero no muy preparadas.

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